La orientación sexual abarca muchos factores culturales, políticos, religiosos y biológicos. No se puede entender desde una postura binaria, es fluida, no se divide en blanco y negro, entre estos hay un sinfín de tonalidades cromáticas.
La sexualidad a través del tiempo no ha sido estática, por el contrario, es un proceso dinámico, fluido y heurístico. En Egipto, la Grecia clásica y la Roma antigua, la homosexualidad masculina era ampliamente aceptada, mientras que el lesbianismo era condenado. En el libro de los muertos, un antiguo texto funerario egipcio, se ha encontrado un fragmento que condenaba la homosexualidad en general. Sin embargo, se ha interpretado como una condena a la homosexualidad femenina, debido a que la masculina era tolerada en la sociedad egipcia. Aunque para los griegos la homosexualidad masculina también era aceptada, esta estaba restringida en términos de clase, edad y rol. Las relaciones entre hombres solo eran permitidas si uno de los dos era un joven, quien tomaba un rol pasivo en la relación, mientras que el individuo que ejercía el rol activo se beneficiaba de esta posición, manteniendo así un mejor estatus social, el de hombre viril. Los romanos, compartían el pensamiento griego frente a la homosexualidad, no obstante, el rol pasivo era considerado decadente, pues la persona que lo tomaba era sometida por el amo activo.
El Cristianismo también ha tenido una gran influencia en la sexualidad occidental. Esta institución tomó fuerza cuando fue declarada religión oficial del Imperio Romano por Constantino I, en el siglo IV d.C. La Iglesia condenó la homosexualidad, calificándola como un pecado carnal. Esto por medio de lo que Foucault llama discursos de poder, que consiste en un mensaje que tiene como objetivo legitimar e implantar un poder institucional, hacia los cuerpos de las personas. Más tarde, durante el medioevo, el renacimiento, el siglo de las luces e incluso entrado el siglo XX, esta práctica sexual fue perseguida, juzgada y condenada, ya no solo por la institución de la Iglesia, sino también por otras como la Familia, el Estado, la Escuela, la Cárcel y la Ciencia.
Pese a la opresión ejercida por las instituciones, por medio de los discursos de poder sobre las sexualidades periféricas, esta práctica aún sigue siendo dinámica y fluida. Además, se ha generado resistencia frente a la opresión ejercida por todas estas instituciones, por ejemplo: la pintura, la Literatura y la Filosofía.
Autores como Wilde, Gidé y Burroughs por medio de la literatura han opuesto resistencia, desde posturas que invitan a la independencia, a la libertad de expresión y a la idea de reafirmarse a sí mismo. Da Vinci, por su parte, también transgredió los discursos de poder, su obra exaltó la belleza masculina y muestra sus atributos sexuales, limerentes y provocativos. Por otro lado, Sartre, Foucault y Butler con sus teorías filosóficas sugieren dejar a un lado las concepciones implantadas por instituciones a través de los discursos, contemplando la otredad como un elemento ineludible de la sociedad.
Una de las características de la sexualidad según Butler es la performatividad, que consiste en la capacidad no solo de comunicar, sino también de consumar una acción que está ligada al lenguaje mismo. La performatividad depende de la forma en la que actuamos, pensamos y hablamos. Cuando un niño nace se espera que actúe como niño, la sociedad imprime en él una serie de comportamientos que están relacionados con la esencia de ser niño, este es un ejemplo de performatividad que se repite una y otra vez.
En la civilizaciones antiguas las costumbres sociales determinaban la performatividad de género, la clase social determinaba el rol y por consiguiente la conducta ejercida por cada miembro de una relación sexual. Desde el siglo IV hasta comienzos del siglo XX la Pastoral Eclesiástica determinaba la identidad de género que debía ser performada, y vetaba las que transgredían sus dogmas religiosos.
Por medio de los discursos de poder, que varían según la época, en las instituciones y la cultura, se implanta la performatividad de género, se actúa de acuerdo a lo que ha sido delineado socialmente como “correcto”, actuando así de “mala fe”. Para Sartre el actuar de mala fe consiste en olvidar que somos libres, es pensar que el ser humano es producto del determinismo, ignorar que todo puede ser posible, que el destino no está escrito y que cada uno construye su propio camino. Es por esto que la orientación sexual no debería estar predeterminada por la sociedad, más aún, puede construirse de acuerdo a las acciones que ejercemos y las decisiones que tomamos, así pues, una persona, libre del determinismo, no nace homosexual, se hace homosexual.
La homosexualidad no es ni buena ni mala, es tan solo un proceso cambiante ligado a las relaciones humanas, es dinámica, fluida, transgresora y determinada, en muchas ocasiones, por los discursos de poder. Sin embargo, cuando una persona se rehúsa a seguir los discursos de poder y a actuar de mala fe, de acuerdo a las normas performativas establecidas por las instituciones, el espectro de la sexualidad humana y la identidad de género se acrecienta. Se acepta la otredad, se crea un área intermedia que fluye en medio del binarismo, la dicotomía entre heterosexual y homosexual empieza a resquebrajarse. La lluvia cesa. La luz penetra entre las nubes, y naciente, desde la línea del horizonte, el arcoíris se asoma.