
No importa el orden de la enunciación en el título de este texto pues lo cierto es que no existen, o al menos no se debería entender el amor, como el encuentro con ese ser ideal que será la respuesta a todas las dudas que la existencia nos propone.
"Sólo se ama una vez…", "ya cambiará cuando estemos juntos…", "si me amas me contarás todo de tu vida…", "tus amigas son chismosas…", "el amor no pide nada a cambio…", son algunas de las trampas que tienden los mitos sobre el amor difundidos abundante e insistentemente tanto por autoridades socialmente reconocidas: la familia, escuela, religión como por esa sutil pero poderosa presencia de los medios de comunicación.
Queremos encontrar la media naranja, ese alguien que nos complete, que nos haga felices, a cuyo lado la vida adquiera sentido y es así como muchas mujeres pasan la vida golpeando puertas que se cierran en sus narices, aceptando prácticas que las lastiman y reducen, acumulando culpas por no saber retener el amor hasta que se rinden y conforman con un remedo de existencia sin saber que tenían derecho a la felicidad.
El amor no se encuentra, se construye desde el propio ser; quien no se ama, quien no se considera su mejor compañía, quien no practica el merecimiento en su propia existencia, va a ser mendiga por siempre; las mujeres debemos pararnos sobre nuestro propio valor y desde ese lugar de independencia querer compartir la vida o parte de ella con otro ser que nos mire como iguales y que sea completo, que ambos podamos vivir solos, no que nos necesitemos.
La literatura nos ofrece historias de mujeres que sucumbieron a los mitos del amor romántico como la Emma Bovary de Flaubert, joven enamorada del amor, que buscó la vida apasionante que imaginaba, en el más aburrido de los esposos y al no conseguirla, se refugió en otros y otros brazos que tampoco le ofrecieron lo que buscaba; Shakespeare creó a Desdémona, una joven de familia distinguida quien se enamora de Otelo desafiando a la sociedad y a su padre, pero esa independencia se transforma cuando sucumbe a los celos enfermizos de su esposo; la Fantine de Víctor Hugo, es la mujer pobre con “oro y perlas como dote; pero el oro estaba en su pelo y las perlas en su boca”, que creyó en el amor que le ofrecía un estudiante rico quien al saberla embarazada la abandonó convirtiéndose en el arquetipo del amor que exige los mayores sacrificios.
También están aquellas mujeres que han defendido con valentía su derecho a ser ellas mismas sin importar las consecuencias que de ello se deriven; Nora, la heroína de Ibsen, descubre que ha pasado de la tutela de su padre a la de su marido quien la considera sólo como un objeto, toma una muy difícil decisión para recuperarse como persona; Jo, una de las hermanas March de la novela de Louise May Alcott, se opone al destino dócil de las mujeres de su tiempo y adopta la escritura como un modelo de vida que le permitirá ser ella misma; Marvel Moreno nos presenta a Divina Arriaga, una mujer cuya sola presencia acallaba todos los comentarios maledicentes de Barranquilla en la mitad del siglo XX y derribaba tabúes y convencionalismos.
Finalmente, tenemos la necesidad de repensar el amor, cómo amamos y nos amamos pues tomando las palabras de la antropóloga Mari Luz Esteban, “resulta peligroso que el amor sea el único recurso de nuestra vida. No se debe decir “no te enamores”, sino “hazte con los arneses necesarios”, “protégete”.